Capitalismo contra Capitalismo, Michel Albert, 1991.
0.5. ¿La banca o la Bolsa?
La teoría liberal muestra que solamente la libertad de movimientos de capitales completamente dispuestos a la competencia puede asegurar una asignación óptima de los recursos necesarios para el desarrollo de las empresas. Muchos deducen de ello que la regresión del papel de la banca en la distribución del crédito es un factor de eficacia. En 1970, la «tasa de intermediación», es decir la participación de los Bancos en términos generales en el financiamiento de la economía norteamericana, era del 80%; en 1990, cayó al 20%. Esta caída espectacular tiene como contrapartida una expansión extraordinaria de los mercados crediticios e inmobiliarios, es decir, simplificando al extremo, la sustitución del Banco por la Bolsa. Todo el neocapitalismo anglosajón está fundado sobre esta preferencia, que es también defendida en la Comisión de Bruselas por el vicepresidente Sir Lean Brittan.
Todo el capitalismo de los países alpinos (¡habrá que admitir que el Fuji Yama es la cima más alta de los Alpes!) reposa sobre la idea contraria. Francia vacila. Los jóvenes lobos y los viejos accionistas forman el partido anglosajón. Los directores de empresa reunidos por el Instituto de la Empresa, organismo independiente emparentado con el CNPF (Consejo Nacional de los Patrones Franceses), acaban de tomar una de las posiciones más alpinas («La estrategia de las empresas y de los accionistas», enero de 1991).
La cuestión es vital para los verdaderos capitalistas. En efecto, prácticamente sólo hay dos maneras válidas para hacer fortuna: ser competitivo, ya sea en la producción o en la especulación. Las economías que privilegian la banca con relación a la Bolsa ofrecen menos posibilidades de hacer fortuna con rapidez. Sólo aquellos a quienes no les interesa hacerla pueden evitar tomar partido.
La banca o la Bolsa, ése será el próximo gran debate en Estados Unidos. Temiendo la quiebra de un sistema bancario arcaico, encorsetado y al borde de la insolvencia, el gobierno Bush acaba de presentar un proyecto de reforma inspirado en el ejemplo europeo, especialmente en el alpino. Para aplicarlo, deberá reducir el número de los bancos de 12500 a un millar, y suprimir cerca de 200000 empleos, repartidos por todos los Estados. Ahora bien, serán los miembros del Congreso los que decidirán en última instancia. ¡Valor!
8. ¿Cómo debe repartirse el poder en una empresa, entre los accionistas por un lado, y los directivos y el personal por otro?
Esta cuestión, correlativa a la anterior, ha transformado numerosas salas de consejos de administración en verdaderos campos de batalla. Conozco alguna donde los accionistas sólo toleran un secretario al lado del presidente; otras, donde la dirección y los accionistas se enfrentan como dos bloques; otras, por último, ¡donde son los directivos quienes eligen a los accionistas, y no a la inversa!
En esta frontera del Poder empresario, la guerra no cesa de extenderse y de intensificarse. Lo que está en juego es la naturaleza misma de la empresa. ¿Se trata de una simple mercancía de la que el propietario, el accionista, dispone libremente (modelo anglosajón)? ¿Se trata, por el contrario, de una suerte de comunidad compleja, donde los poderes del accionista están equilibrados por los de la dirección, admitida la misma de manera consensuada por los Bancos y, más o menos explícitamente, por el personal (modelo germano-nipón)?
9. ¿Cuál debe ser el papel de la empresa en materia de educación y de formación profesional?
La respuesta anglosajona es: el menor posible. Por dos razones: es un costo
inmediato para un rendimiento a largo plazo. Ahora bien, no se dispone ya
de tiempo para trabajar a largo plazo, es necesario multiplicar los beneficios
enseguida. Por otra parte, es una inversión demasiado incierta, teniendo en
cuenta la inestabilidad de la mano de obra, y que esta inestabilidad misma
condiciona el buen funcionamiento del «mercado laboral».
La respuesta es exactamente la contraria del lado germano-nipón, donde
se esfuerzan en promover profesionalmente a todos los empleados, en el
marco de una política de administración previsora de las especializaciones
que apunta a asegurar, si es posible, la armonía social y la eficacia económica.
¡Pero cuántos debates aquí también, entre aquellos que, por un lado, hacen
pagar un máximo la experiencia que adquirieron en otras empresas y, por el
otro, los que se rebelan contra la tradición social!
A partir de este problema concreto, podemos extrapolar en varias direcciones: la tradición anglosajona asigna a la empresa una función precisa y específica, consistente en producir beneficios; la tradición de Europa continental y de Japón le atribuye una función más amplia, que va desde la creación de empleos hasta la competitividad nacional.
Valoraciones
No hay valoraciones aún.